9 de noviembre

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9 de noviembre

Muchos recordamos aquellas imágenes, hoy legendarias en las que se aglutinaban miles de periodistas, reporteros y cámaras de video de noticieros de todo el mundo para captar el momento preciso en que las grúas y buldóceres derribaban una de las losas de hormigón, totalmente grafiteadas, de más de tres metros del antiguo muro de Berlín. Pero ¿por qué recordar ahora ese impresionante evento histórico?

CAÍDA DEL MURO

Debemos recordar por muchísimos motivos. Aquel enorme e imponente muro representaba poderosos significados. Esa construcción implicaba, entre otras muchas cuestiones, dominación, totalitarismo, egoísmo, separación y aislamiento humano que se extendía aproximadamente 50 kilómetros. Muro del que las personas de mi generación, siendo en ese entonces aún niños, habíamos escuchado historias terribles de mujeres, niños y hombres tratando de cruzarlo, ya sea haciendo hoyos o escalándolo con deseos de escaparse del horror de aquel gobierno totalitario. 

Quiénes intentaban escapar siempre veían interrumpido su propósito, su sueño, por las balas de los vopos, que era como se llamaba a los entonces soldados del “Ejército Popular” de la Alemania comunista. A la que se había dado el contradictorio y paradójico nombre de República Democrática Alemana (RDA).   

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UN SIMPLE, PERO NO SIMPLE MURO

Aquella fría noche del 9 de noviembre del año 1989 fuimos testigos de imágenes que nos parecían increíbles y que, sin saberlo, eran el inicio de una de las más profundas y verdaderas transformaciones de la historia de la humanidad. La imagen más impactante, reproducida en miles de medios parecía inaudita. Una generación de alemanes, a uno y otro lado del muro y a uno y otro lado de los bloques ideológico-políticos que entonces lo sustentaban, había crecido viendo, padeciendo o sufriendo “ese muro” y todas las amenazas que representaba de una posible tercera guerra mundial. Era aquella una generación de personas nacidas entre 1945 y 1970 que no creyó que viviría para ver y contar aquel impresionante evento. 

El miedo real que estaba en todas partes y en todas las mentes era, insisto, el miedo de una tercera guerra mundial. Por eso hoy recuerdo la caída del muro. Los jóvenes que presenciaron el derribo tomaron de inmediato banderas de todos los colores y tamaños. Las tomaron con una emoción indescriptible y las subieron entre los escombros para martillar, empujar, bailar y cantar la victoria de la reunificación que daba fin a la Guerra Fría. Daba fin a la terrible y seria amenaza de convertirse en una nueva guerra mundial. 

Recuerdo que se improvisó un carnaval para dar la bienvenida con vinos, champaña, vítores y gritos de alegría a los primeros coches que pasaron desde Berlín Este. Pasaron horas gritando consignas y entonando canciones que en ese momento parecían cobrar el tono de himnos globalizantes en alabanza de la nueva era de libertad, de unificación. Recibíamos una era que parecía abrirse ante nuestros ojos llenos de esperanzas y de ilusiones. El ambiente del momento era de euforia, aunque también de profunda perplejidad.

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LAS POTENCIAS HABLARON

Los periódicos y noticieros del mundo al día siguiente publicaron en sus primeras páginas aquellas imágenes impactantes, en las que se derribaban las placas de concreto y los alambrados de púas de acero que por años habían tapiado la Puerta de Brandemburgo. Ante la cual el entonces presidente del partido demócrata John F. Kennedy había pronunciado su famoso discurso del año 1963, en el que afirmó: la libertad tiene muchas dificultades y la democracia no es perfecta, pero nosotros no tenemos que construir un muro para retener a nuestro pueblo ni para prevenir que otros lleguen…

Fue ese mismo muro en el que años más tarde escucharíamos al entonces presidente del partido republicano Ronald Reagan denunciar el totalitarismo soviético que debió recurrir al alambre de púas, al hormigón, a las patrullas de perros y torres de vigilancia con soldados armados para impedir el tránsito de personas y cerrar las puertas a la libertad. Palabras que ahora parecen más que una paradojacuando escuchamos al actual presidente de Estados Unidos señalar, desde el inicio de su gobierno, literalmente lo contrario acerca de los “muros”.

RECORDAMOS PARA NO OLIVDAR

Pero volvamos al hilo de los acontecimientos del año 1989 y de los años posteriores a la caída del muro. Hubo por aquel entonces un evento de alcances internacionales convocado por el poeta mexicano Octavio Paz, al que asistieron intelectuales de todas partes del mundo, en su mayoría liberales. Aunque también estuvieron presentes algunos defensores del marxismo o de lo que por entonces se llamaba “socialismo con rostro humano”. El coloquio se llevó a cabo en la Ciudad de México bajo los auspicios de la Revista Vuelta (entonces encabezada por Octavio Paz y Enrique Krauze) y de la empresa Televisa, aunque tuvo repercusiones prácticamente en todo el mundo.

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Los planteamientos y argumentos ahí discutidos por diversos expertos abordaban temas de gran interés para el momento como, por ejemplo, la vigencia del socialismo en Occidente, el Socialismo real y el Socialismo con rostro humano, el papel que había tenido en aquellos eventos el sindicato polaco Solidaridad y lo que ello significaba para el sindicalismo en todo el mundo. También expusieron temas relacionados con las amenazas del surgimiento de los nacionalismos que tras años de opresión podían reventar en guerras civiles, como de hecho sucedió en una de las más cruentas guerras de finales del siglo en los Balcanes. El lenguaje de los invitados al coloquio tenía el sabor propio de un fin de época. No de nostalgia, sino de un examen de conciencia, de una profunda reflexión o de una suerte de balance, necesarios antes de continuar con lo que seguiría.

NADIE ADIVINÓ EL FUTURO

No faltaron por entonces las voces optimistas u oportunistas que, erigiéndose en profetas del futuro nos hicieron creer que vivíamos un momento de la historia parecido al del honorable pueblo judío en su paso por el Mar Rojo. Es decir, un momento de cambio radical, en el que parecía que dábamos el trascendente paso para cruzar la línea que separa la barbarie y la época de civilización caracterizada por el recurso a la razón por encima de los sentimientos ciegos de adhesión ideológica o de servidumbres populistas.

En esa misma época de la caída del muro volvió a salir a la superficie del terreno de la discusión pública un tema que había sido discutido algunas décadas atrás. El de la posible muerte de las ideologías que supuestamente abriría el paso a una etapa de racionalidad y de mayor entendimiento por medio del diálogo entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones. Y no de imposiciones, autoritarismos ni dogmatismos radicales.

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Para quienes sostenían “la muerte de las ideologías”, estás eran entendidas como un sistema de ideas convertidas en un “cuerpo de creencias cerradas por la propaganda política”. Baste con señalar las posturas pioneras de Daniel Bell que, desde la década de los cincuenta y los sesenta, en plena guerra fría, había advertido que un sistema como el comunista implantado por los estados totalitarios no podría subsistir demasiado tiempo, pues asfixiaba cualquier posibilidad de elección en la vida humana. A las críticas de Bell se asociaron más tarde las de grandes pensadores como Hanna Arendt con la publicación de su libro “Los orígenes del totalitarismo” (1973); Isaiah Berlin que escribió varios ensayos sobre el tema, mismos que en su mayoría fueron recogidos en su libro “Dos conceptos de libertad”, y también cabría mencionar la influyente opinión de Frederik von Hayek especialmente con su obra “Los fundamentos de la libertad” (1998).

A la luz de esas ideas, unos días después de la caída del muro de Berlín, salió a la luz otro libro que estaba destinado a causar un sinfín de polémicas en torno al tema. Su título: “El fin de la Historia” (1989) escrito por un intelectual norteamericano que había servido al gobierno de su país: Francis Fukuyama. El fin de la historia para este autor significa el fin de la disputa ideológica acerca de cuál es la mejor opción moral de sociedad. Lo que Fukuyama expone es la muerte de las ideologías y, consecuentemente, de discusiones banales en torno al camino que se ha de seguir. Pero sobre Fukuyama escribiré en otro momento. 

Por ahora, más allá de muros e ideologías, en este 9 de noviembre de 2020, recordamos. Y lo hacemos frente a los efectos inciertos del desenlace de la histórica votación norteamericana 2020. 

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Carlos Requena

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