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El internet de nuestras cosas
El mundo está avanzando a una velocidad impresionante. En lo que va del año, se han creado trescientos nuevos unicornios con facturaciones mayores a mil millones de dólares y la gran mayoría de ellos aprovechan sin duda los datos, conectividad e interrelación de todos nosotros para hacerse cada vez más relevantes. Con 70% de la población mundial con acceso a celular y casi un 50% a un smartphone, la hiperconectividad es un viaje sin retorno.
Todos usamos la misma ecuación cuando se trata de compartir información: mientras el beneficio de compartir sea mayor que el riesgo, siempre nos inclinaremos por compartir nuestros datos. Si al compartir tu salario en LinkedIn puedes compararte con otros profesionales de tu industria o al compartir tu ubicación a Uber o Lyft tienes un servicio mejor y más seguro, la decisión es casi inmediata.
Por otro lado, estamos pasando de un mundo de anuncios, que hemos soportado pacientemente, a un mundo de suscripciones y micro transacciones. Con más suscripciones a servicios, redes sociales y apps en nuestro celular, la cantidad de datos recolectada tiende a ser mayor, al igual que la cantidad de asociaciones que pueden hacer estas aplicaciones.
El internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) define la capacidad de agregar sensores y dispositivos a objetos del día a día que están interconectados a través del internet. Pedir a Alexa que toque una lista de reproducción de Spotify en tu bocina inalámbrica es un ejemplo claro. Spotify puede sugerir una canción como “Eye of the Tiger” porque está conectado a tu reloj inteligente y sabe que bajaste tu ritmo o porque está conectado a tu aplicación de Waze y puede intuir que estás atorado en el tráfico y de mal humor.
¿Sabías que tu app del clima (The Weather Network) está asociada a IBM? ¿Por qué una empresa tecnológica se interesa por el clima? La respuesta es simple: 30% de los negocios en Estados Unidos dependen de las variaciones climáticas; para algunos una variación de semanas puede significar salir completamente del mercado. IBM Watson ha integrado estos insights provenientes de millones de sensores de clima para preparar mejor a sus clientes ante variaciones inesperadas. Si vendes café, más te vale que prepares más frapuccinos si se espera que suba la temperatura. La misma lógica llevó a Bayer (Monsanto) a adquirir Climate, un servicio de monitoreo de microclima con el que Bayer puede aconsejar a los agricultores cuánto fertilizante usar de acuerdo con el volumen de precipitación.
Los sensores colocados en pulseras inteligentes, teléfonos o refrigeradores intuyen y predicen comportamientos, generando avisos o acciones en otras aplicaciones. Google adquirió Nest, una compañía de dispositivos electrónicos del hogar, para agregar valor a sus usuarios integrando información obtenida de esos dispositivos. La información de ajuste de termostato, tus rutas en Google Maps y los productos que compras usando el asistente de Google terminarán armando un mapa muy cercano a tu comportamiento diario. Un mensaje en tu smartphone dirá: “El clima está genial afuera, tal vez no necesites tener encendido el aire acondicionado”.
Muchas ciudades del mundo, como Boston, ofrecen a sus ciudadanos apps que les permiten detectar baches en las calles principales. Estas apps usan un acelerómetro para determinar cambios en la dirección del vehículo. Si muchos autos reportan un cambio significativo, el sistema detona una alarma para generar una orden de reparación. De la misma forma, puedes averiguar en segundos cómo llegar a un lugar en transporte público, taxi o caminando. La información asociada es cada vez más precisa: no sólo te permite saber qué autobús tomar, sino cómo cambiar de ruta si algo pasa o comparar los precios de Uber y Lyft en tiempo real para tomar un transporte alternativo.
El sector manufacturero también está aprovechando el potencial del IoT en las líneas de producción. Un dispositivo conectado a una máquina puede informar frecuentemente sobre su estado, alertar de la necesidad de mantenimiento, así como mejorar la eficiencia eléctrica. Además, la transformación de dispositivos físicos en señales digitales está permitiendo a grandes plantas crear un gemelo digital (digital twin), una réplica virtual de la planta que permite simular en las líneas de producción los cambios que antes se hacían físicamente. No estamos lejos de modelos de dark factories que, a raíz de estas posibilidades, pueden operar con muy pocas personas in situ.
Un artículo de The Economist sugería hace poco que se están usando imágenes satelitales para rastrear vuelos privados de líderes de empresas y predecir así una fusión o adquisición. En este caso, no son sensores los que detectan variaciones de comportamiento, sino imágenes que, al ser integradas con otra información, ofrecen importantes revelaciones a los inversionistas.
Sea a través de sensores, imágenes satelitales o lo que compartes cándidamente en las redes, las empresas tienen una oportunidad enorme de conectar datos y generar valor. Las líneas son delgadas entre el valor y la invasión de la privacidad; la protección de los datos será un reto cada vez más grande para los gobiernos y se convertirá en una demanda de consumidores cada vez más al tanto de cómo se gestiona su información. Habrá definitivamente nuevos riesgos a enfrentar, pero el internet de las cosas creará también más oportunidades de entender a profundidad a nuestros clientes, de conocerlos tal vez más que ellos mismos. Muy pronto tus apps ya no te preguntarán más sobre tus preferencias, no porque no les intereses, sino porque ya las saben.
*Renzo Casapía, Profesor de Inteligencia de Negocios y Big Data en el MBA del Tecnológico de Monterrey.
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