¿Cuál es nuestra participación en el cambio?

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¿Cuál es nuestra participación en el cambio?

Ejercicio

Hablamos del cambio como si fuera una novedad, como si no nos diéramos cuenta de que estamos inmersos en la espiral del cambio. Nuestras condiciones cambian día a día. Hay épocas en las que amanecemos felices, otras nos sentimos energéticos, hay momentos en los que tenemos hambre, otros en las que sentimos calor o frío. Nada es permanente. Y así como sucede a nivel personal, pasa en el mundo profesional y corporativo. A lo largo del día experimentamos una serie de cambios en nuestras condiciones físicas, emocionales, mentales, espirituales y laborales. No obstante, parece que el cambio es algo externo de lo que nosotros no formamos parte. Lo importante es enterarnos de que sí somos partícipes para saber cómo nos vamos a involucrar. Las oportunidades salen a nuestro encuentro y los riesgos están a la vera del camino y está en nosotros cómo los vamos a abordar.

Cambiar no es nada nuevo, el yoga que es una práctica milenaria nos recuerda la importancia de tener una postura activa frente a los cambios. De cara a las evoluciones, cada uno podemos tomar una actitud distinta y diametralmente opuesta: o somos testigos de lo que sucede o somos protagonistas. Los yoguis insisten en forma consistente sobre la relevancia de adoptar un rol activo para fluir y expandirnos. Se trata de tener la serenidad para mover los hilos a nuestro favor y cambiar. Hemos creído que las transformaciones deben ser revolucionarias, disruptivas y agotadoras, cuando no necesariamente son así. El yoga enseña que los seres humanos somos como un río: si observamos las aguas en calma, podríamos llegar a la conclusión errónea de que todo está quieto e inmutable y no es así. La superficie se ve tranquila mientras el flujo fluvial va moviéndose. De hecho, el fondo de un río jamás se baña por las mismas corrientes. El cauce las va renovando constantemente. La naturaleza es un gran maestro.

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En realidad, el mejor ejemplo de esta renovación persistente es nuestra respiración.  En el marco del hinduismo, el Prana, el aire inspirado y expirado es la energía vital y para lograr transformaciones positivas en el cuerpo, la mente y en todas nuestras circunstancias debemos entender la lógica que la hace funcionar. El oxígeno que entra a nuestros pulmones sale transformado en dióxido de carbono, este variación se da constantemente y en forma automática, casi como si nosotros no tuviéramos que decidir hacerlo. Por supuesto, no es lo mismo respirar en forma consciente que sin darnos cuenta. Algo tan sencillo como meter aire a los pulmones en forma reflexiva nos puede relajar en una situación de ansiedad, regresarnos a nuestros cabales en un enojo, iluminar cuando nos faltan las ideas, dar valor al momento de tomar decisiones.

Una vieja historia védica cuenta que en una ocasión las cinco facultades principales de nuestra naturaleza —la mente, la respiración (prana), el habla, el oído y la vista— discutían una vez sobre cuál era la más importante. Para resolver el conflicto, decidieron que cada una iría dejando el cuerpo para ver cuál era la ausencia que más se echaba de menos. Primero partió el habla, pero el cuerpo continuó funcionando a pesar de estar mudo. Luego partió la vista, pero el cuerpo continuó avanzando aunque ahora estaba ciego. Después fue el turno del oído, y el cuerpo siguió adelante pese a estar sordo. Por último, partió la mente: el cuerpo siguió vivo aunque ahora estaba inconsciente. Sin embargo, en el momento en que el prana empezó a partir, el cuerpo comenzó a morir. Las otras facultades sintieron que rápidamente perdían su fuerza vital, por lo que corrieron a admitir la supremacía del prana y le pidieron que se quedara. Esta historia milenaria nos da cuenta de que el cambio no es nada nuevo.

También, según la práctica del yoga, de poco sirve tratar de frenar el cambio; lo importante es fluir. Si tratáramos de frenar el flujo respiratorio, moriríamos. Hay que fluir. ¿Qué significa eso? Significa que tenemos que tomar una posición dinámica frente al cambio. Se trata de tener la estabilidad necesaria para tomar decisiones. Parece un sinsentido y no lo es, parece una contradicción y no lo es. Se busca ser como los árboles que mueven sus ramas, se dejan guiar por el aire y que resisten los vendavales gracias al poder de sus raíces. Se trata de permitir el movimiento sin ser una veleta que nos lleve en cualquier dirección. Es increíble como en muchas ocasiones, actuamos como freno a un cambio que nosotros mismos estamos buscando. Nos cerramos al inicio de un nuevo emprendimiento, dudamos de las posibilidades que tiene un nuevo producto, tratamos de achicar el alcance de un proyecto a pesar de que hemos luchado por ello. Es como si al momento de la verdad, en vez de querer agrandarnos, nos disminuyéramos.

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La maravilla de esta enseñanza es que nos muestra la forma de lograr una innovación incremental que se crece frente a las transformaciones. Cuando optamos por una participación activa, cuando nos convertimos en protagonistas y abandonamos la posición de testigos, tomamos las riendas y tenemos la posibilidad de darle rumbo a nuestros esfuerzos. Las disrupciones drenan los recursos empresariales, los financieros y el talento; agota a la gente, agrieta la estabilidad y disminuye la capacidad de empresas e individuos para competir. Si consideramos las presiones que se generan y las resistencias que se generan por lo desconocido, el cansancio ante lo nuevo y las turbulencias eternas, la posición de testigo no resulta muy cómoda. Mejor tomar consciencia y formar parte de quienes actúan. En esta condición podemos:

  1. Habilitar el cambio.
  2. Crear estabilidad que absorba la disrupción y genere permanencia.
  3. Moverse con serenidad.

Cuidado, ser protagonista implica entender. Un maestro de yoga solía contar la siguiente anécdota para ejemplificar la participación que debemos tener frente al cambio. Una persona iba rumbo a un lugar de peregrinación. En el camino, se topó con un venado que estaba parado en el camino. Le pidió que se quitara y el animal no se movió. Hizo todo lo que se le ocurrió para ahuyentarlo. El venado siguió en su lugar. En general, cuando nos referimos a fluir, queremos que los demás se muevan, que nos entiendan, que nos ayuden y creemos que sólo así llegaremos a nuestro objetivo. ¿Por qué insistimos en que sean los demás los que se muevan si nosotros no estamos dispuestos a hacerlo? El verdadero reto es entender en qué momento debemos ser nosotros los que cambiemos, de lo contrario, el venado seguirá ahí sin entender nuestras razones. Ser protagonista implica provocar las transformaciones en otros empezando por uno mismo.

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Cecilia Durán Mena

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