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La felicidad, una responsabilidad colectiva
Alcanzar la felicidad sería más fácil si nuestro entorno fuera más próspero y amable, aunque no es una garantía.
La felicidad se contagia y si nuestra sociedad mostrara un mayor grado de bienestar, nos sentiríamos más seguros y arropados. Al menos, tendríamos mejor disposición para trabajar en nosotros mismos.
De ahí la importancia de trabajar por el bien común, si vemos por los demás, sin esperar nada a cambio, nosotros mismos nos sentiríamos más felices, pero al mismo tiempo tendremos un mejor entorno.
En octubre pasado, en nuestro Wellbeing 360, Phillip Kotler, considerado el padre de la mercadotecnia, nos habló de la falta enorme de la búsqueda del bien común en el mundo. Como somos flojos, le dejamos ese cuidado a los políticos a través de nuestro voto.
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Sin embargo, ha habido y hay formas de organización social que demandan más de la participación de sus ciudadanos y eso les permite tener un mayor grado de bienestar. Pienso, por ejemplo, en algunas comunidades indígenas a lo largo del país, mientras que Kotler nos recordó a la Atenas antigua, donde el pueblo entero discutía las decisiones que se debían tomar por el bien de todos.
Evidentemente, hoy no es así. Muchos políticos –nos dice el gurú de la mercadotecnia– toman las decisiones pensando más en sus intereses o forma personal de ver el mundo, en lugar de buscar el interés común. Los sistemas presidenciales son el ejemplo más exacerbado de dejar en una sola persona decisiones que afectan a la mayoría.
Pero los que no andamos en ese tipo de política, ni en la toma de ese tipo de decisiones, cómo podemos contribuir al bien común.
Es así de sencillo, pero al mismo tiempo, dificultoso. En cada paso que demos debemos ver por los demás sin esperar nada a cambio. En cada disyuntiva, en cada dilema, debemos evaluar cuál de las opciones beneficia a más personas de las que perjudica o, en su caso, optar por la que menos perjudica a los demás.
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Kotler es radical en su propuesta para este mundo capitalista.
¿Debe aplicarse un impuesto a los más ricos?, es fácil saber la respuesta si el resultado beneficia a más personas con el buen uso de lo recaudado.
¿Se deben aumentar los salarios de los trabajadores?, ¿se debe garantizar el acceso a la salud, a la vivienda?, etc. La respuesta está en sumar la gente beneficiada, restarle la gente perjudicada y si el resultado es mayor que cero, es una buena decisión.
En las empresas pasa lo mismo. El objetivo de las empresas debe ir más allá de las ganancias. Sus productos y servicios deben perseguir el bien común, así como sus beneficios. Trabajadores bien pagados, incrustados en un ambiente de trabajo sano, amable, positivos, genera felicidad.
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Y nosotros, los consumidores, debemos sentirnos animados, orgullosos, felices que compramos a este tipo de empresas que ven por nuestro bien y tal vez por terceros que se ven beneficiados con programas colaterales con las utilidades que sacrifican sus accionistas.
Kotler habla de un “capitalismo de las partes interesadas”, en la que hay un reparto de las recompensas entre todas las personas del equipo que han contribuido al éxito de la empresa: clientes, trabajadores, proveedores, accionistas.
Suena egoísta, pero hay que decirlo: ver por los otros genera un estado de bienestar en quien hace el bien. Sin embargo, ese tipo de acciones hacen del mundo algo mejor, y un entorno próspero nos facilita a alcanzar la felicidad, ¿no?
Contacto:
Rosalinda Ballesteros, directora del Instituto de Ciencias del Bienestar y la Felicidad de Universidad Tecmilenio.
Linkedln: @icfelicidad
Twitter:_wellbeing360
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.
La felicidad, una responsabilidad colectiva
Rosalinda Ballesteros
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