CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).– ¿Cuáles son las alternativas para las artes escénicas en pandemia? Sin duda el streaming (transmisión) está siendo la predominante porque no se vulnera al espectador y acontece en su casa bajo condiciones seguras. Otra opción segura fue también el Festival EstacionArte 4×4 BJ.
Realizado al aire libre desde el 20 de agosto pasado en la extensa explanada de la alcaldía Benito Juárez, el espectador asistía en su automóvil para, sin bajarse de éste, ver danza, circo y música, además del cine que por antonomasia se programó en el festival.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el cine ha sido el medio más afín al coche con el autocinema, cuando tuvo su periodo de auge; ahora, desde su reapertura en 2011 en la Ciudad de México. Del autocinema al autoescena el encuentro extendió tal dispositivo a las artes escénicas durante la pandemia en la urbe.
La compañía de danza Barro Rojo se presentó el domingo 4 de octubre, luego de que una cortina de lluvia lo permitiera, sin ser el agua inclemente con sus bailarines ni con el espectador sobre neumáticos.
Su programa se tituló Amor, perfume y ausencia… boleros del alma, articulado a partir de una lista de canciones de Luz Casal, El Cigala, Lila Downs, Celso Piña, Chavela Vargas y Caetano Veloso, conjugada con la joven banda Radaid y el trompetista de jazz Arturo Sandoval. La playlist resultó inter-generacional y de acuerdo al ambiente húmedo (fortuitamente).
Si bien la interpretación de los bailarines de esa agrupación fue débil, las nostalgias de los conductores se expresaron cuando éstos, en lugar de aplausos, respondieron con claxonazos de afecto.
Barro Rojo ha sido una agrupación de danza participante en anteriores traumas sociales. Activa desde 1982, en el sismo del 19 de septiembre de 1985 bailó en campamentos de damnificados, junto con otros colectivos de ese arte. Este 2020, frente al covid-19 continuó, con ese mismo espíritu.
El siguiente fin de semana, sábado 10 de octubre, en el mismo escenario, se presentó el dueto Los Estrouberry Clowns, con una parodia sobre un par de hombres en situación de calle y el coronavirus.
El uso ridículo del atomizador con desinfectante en casos tan vulnerables como esos personajes y el humor de estos ingeniosos clowns, revelaba la realidad de la desigualdad social en la pandemia.
Esta conmovedora pareja de vagabundos fungía, a su vez, como hilo conductor de una secuencia de espectaculares acróbatas y malabaristas pertenecientes al Circo Atayde Hermanos, compañía artística familiar de 131 años de tradición en México con carpas caídas por el virus, como lo describió Columba Vértiz (Proceso, 2273).
El elenco estaba conformado por una joven acróbata europea flexible y fuerte, quien hacia girar (simultáneamente) múltiples aros hula hula alrededor de su cuerpo; éste fungía de poste sosteniendo las trayectorias circulares de anillos gigantes y brillantes como una galaxia. También, malabaristas mexicanos de diversos objetos, pelotas medianas (como de baloncesto), clavas tradicionales, minipelotas (similares al juego de tenis) y miniaros. Además, un equilibrista de platos y copas, y otro sobre escalera, quienes desarrollaban calculados trucos.
Las escenas circenses resultaron tan precisas, que la euforia del conjunto de vehículos estacionados, en su mayoría de familias, se expresó en los repetidos claxonazos y el encendido de las luces altas de los faros de sus autos, similar al festejo del futbol en el monumento del Ángel de la Independencia de la avenida Reforma.
Los habitantes de la Ciudad de México pudieron salir de sus hogares y “reunirse” en el espacio público con uso de esta variante en coche. Luego de tres meses de duración, el festival concluyó el domingo 11 de octubre con un concierto de salsa de la Cápsicum Orquesta. Los automovilistas no se bajaron a bailar, pero igual hubo gozo.
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